Se acaba el siglo, finaliza el milenio y si bien esta v si bien en esta vieja Europa estamos acostumbrados a mirar hacia atrás no debemos dejar de avistar el horizonte universal hacia el que tenemos que encaminarnos. Las catedrales están ahora de moda son punto de referencia, monumentos turísticos, mercancía política, objeto económico, símbolo ciudadano, signo religioso. Pero además deben ser atributos de nuestro tiempo. Estamos tan inmersos en el fenómeno de la restauración, en la recuperación del pasado, que a veces olvidamos la necesidad de ser originales, de aportar algo nuevo y nuestro. Estamos tan atados por el pasado que tenemos miedo de innovar, de buscar nuevas formas, de soltar amarras y salir a navegar por la historia que viene y también la que se fue.
Con la celebración de las Edades del Hombre empezará otro milenio. Debería servir para reflexionar y para actuar. Meditar en lo que la catedral puede aportar al vecino y al peregrino y trabajar en ese sentido. Dar esa dimensión actual y futura a la catedral es obra de todos: jerarquía y fieles, administración y ciudadanos, entidades públicas y privadas. La Asociación de Amigos de la Catedral puede ser el lugar de encuentro de todos los estamentos interesados. El instrumento donde se canalicen tantas aspiraciones distintas y desde el que se propicien las iniciativas.
Por eso la Asociación necesita el esfuerzo espléndido del tiempo de cada uno, de la presencia de todos, de las ideas de algunos, de los recursos económicos de instituciones privadas o públicas. Que cada uno aporte lo que sepa hacer, lo que pueda decir, lo que imagine que tenga. Que las bóvedas góticas nos cobijen a todos, que las figuras de Becerra nos miren a todos, que la Inmaculada de Gregorio Fernández cobije a todos bajo su manto.